Lenguaje inclusivo: una invitación al debate

Prof. Luisina Piovano
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*Profesora en Letras (UNL). Docente del Profesorado Universitario en Enseñanza Superior de Lengua y Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UCSF.

La decisión del gobierno porteño de prohibir el uso del lenguaje inclusivo -y la respuesta de la ministra de educación santafesina- reinstaló en la agenda actual el debate -que parecía estar en un impasse- en relación a “lenguaje inclusivo sí, o lenguaje inclusivo no”.

Es en relación a esto que nos preguntamos, ¿es que un tipo de lenguaje se puede imponer? ¿y también prohibir?, ¿cómo se regula esto?, ¿qué dicen al respecto los teóricos del lenguaje?

Para quienes nos formamos en el área de humanidades reconocemos como el padre de la Lingüística moderna al ginebrino Ferdinand Saussure. El mismo, en sus Cursos de Lingüística General (1916), nos ha enseñado que la lengua no es algo que se pueda poner en discusión, ya que se impone a los hombres más allá de su voluntad. La lengua es algo que el hablante registra “pasivamente”. De hecho, entre las características que Saussure destaca en relación a los signos de la lengua, da cuenta de la “inmutabilidad” de los mismos con respecto al sujeto hablante. Esto quiere decir que una persona o un grupo de personas no poseen la capacidad de modificar los signos de la lengua por su propia voluntad o elección.

Sin embargo, Saussure no concluye aquí, y se extiende aún más en este sentido al expresar que la “inmutabilidad” posee su contracara en la “mutabilidad” del signo, que da cuenta del proceso por el cual, el tiempo sí altera la estructura del sistema al permitir que los signos lingüísticos cambien (claro está que hoy en día no hablamos el mismo español que hace doscientos años). En síntesis, el sujeto hablante de una lengua no tiene potestad de “mutarla” o modificarla a su placer, pero es algo que inevitablemente ocurre con el paso del tiempo.

Ambos procesos (mutabilidad e inmutabilidad) dependen de factores que exceden en gran medida la planificación de un grupo minoritario de hablantes. Pues, un cambio en el sistema de la lengua no se puede establecer de un momento a otro, por el simple hecho de que ello atenta contra la intercomunicación entre los miembros de la comunidad hablante.

Entonces, si consideramos este marco de referencia, podemos hipotetizar que la tarea de instalar e imponer el lenguaje inclusivo es un proyecto difícil de sostenerse en el tiempo, pues decimos, considerando los postulados de Saussure, que un hablante o grupo de ellos no puede intervenir deliberadamente en esta cuestión; por lo que esta empresa, a largo plazo, podría quedar trunca. Ahora bien, el gesto de prohibirlo o censurarlo pone en el eje de debate una cuestión que el lenguaje mismo, por su propia naturaleza, excluye. Se está llevando a cabo una prohibición sobre un “imposible” y esto no hace más que otorgarle una resonancia cada vez mayor a la cuestión.

En este sentido, la ensayista Beatriz Sarlo (2022) ha afirmado que, más que lingüística, estamos frente a una batalla mediática, y agrega “se ha convertido en una batalla simbólica (…) No me opongo ni apoyo eso…” Pues, se trata de un fenómeno político que, inevitablemente, ha tomado a la lengua como campo de disputa.

Entendemos el lenguaje inclusivo, entonces, como una herramienta más mediante la cual ciertos grupos o sectores visibilizan un reclamo o una consigna. Se comprende, también, que tales reclamos o consignas son resultado de circunstancias extralingüísticas en las que nosotros no estamos en condiciones de profundizar aquí.

Por mi parte, y como profesora de Letras, celebro los debates y las reflexiones que esta cuestión ha habilitado en el aula de lengua. Preguntas acerca de la morfología del español, del cambio lingüístico, de las entidades que regulan la lengua, entre otras, son cuestiones que han ingresado para quedarse y, por supuesto, todo aquello que nos ayude a reflexionar e intercambiar ideas, siempre será bienvenido.

 

Nota publicada en El Litoral



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