En conmemoración del Día Internacional de las Familias, la Lic. En Psicología, Liliana Olivieri de Pérez Bicecci comparte la importancia del desarrollo afectivo en la crianza y el matrimonio. La docente de la Diplomatura en Integralidad de la Educación Sexual testimonia desde su experiencia como mamá de 11 hijos.
El Día de las Familias se celebra el 15 de mayo de cada año a nivel mundial para crear conciencia sobre el papel fundamental de las familias en la educación de los hijos desde la primera infancia, y las oportunidades de aprendizaje permanente que existen para los niños y las niñas y los jóvenes. En este año, Liliana Olivieri, docente del bloque de Desarrollo Afectivo, perteneciente a la Diplomatura en Integralidad de la Educación Sexual de la Universidad Católica de Santa Fe, reflexiona sobre la importancia de la misma y los desafíos siempre presentes.
Liliana se recibió de profesora en Ciencias Económicas y trabajó durante muchos años de su vida en esa área. A los 33 años, ante el fallecimiento de su primer marido, luego del nacimiento de sexta hija, Olivieri comenzó un camino que cambiaría el rumbo de su vida. A partir de ese momento, la profesora buscó la sanación por medio de la formación en orientación y consultoría familiar, psicología, psicoterapia cognitiva, educación familiar y terapias de tercera generación. Luego de conocer a su actual marido, también viudo con tres hijos pequeños, Olivieri halló un tesoro en su nuevo proyecto de familia ensamblada. “Aprendí a ser mamá otra vez. Somos una familia que pudo salir adelante, con mucho esfuerzo, dolor y amor. Hablo de lo que aprendí en mi casa, de mis fracasos, de mis caídas, de mis aciertos y de las investigaciones que realicé en todos estos temas”, comenta.
La psicoterapeuta ha escrito libros de educación afectiva-sexual para padres, madres y educadores de trabajo con niños y adolescentes. Su camino profesional la ha llevado a brindar conferencias por diferentes organizaciones y escuelas a lo largo de 20 años.
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Tomar el timón de tu vida
Como mamá y mujer profesional, Olivieri pone foco en que “la autovaloración y la autoestima es el motor que impulsa a actuar alegremente, tanto en el fuero privado como público. Sentir que uno, como ser humano, tiene algo valioso para dar, hace que pongamos todo el empeño, el esfuerzo, los sacrificios necesarios para dar lo mejor de nosotros”.
Con logros, esfuerzos, vínculos y un proyecto de vida claro, el resultado no es lo más importante, sino los procesos. En nuestro crecimiento, la autovaloración deviene de aquello que se nos ha sido dado, lo que hemos heredado en forma de talentos (que siempre supera nuestras carencias) y el amor incondicional que sentimos por parte de nuestras personas significativas. “El apego seguro e incondicional a nuestros padres y su visión sobre nosotros, hace que por espejo aprendamos a valorarnos, a poner límites. A modo personal, mi madre, era presidente del club de fans de cada uno de sus hijos, y estaba convencida que éramos lo máximo que existía sobre el planeta y lograba convencernos. Era una gran optimista, alegre, vital y confiaba”, describe Olivieri.
Como menciona la psicóloga, el aspecto vincular es clave para tomar el timón de la propia vida, todo aquello que se emprende con rectitud de intención ayuda a llegar a buen puerto, a superar las condiciones desafiantes de nuestra existencia.
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Emociones y afectos como ancla
A la hora de hablar de desarrollo afectivo, Olivieri pone acento en que la vida familiar no exima las emociones, afectos, pasiones y sentimientos. La educación afectivo-sexual refiere al desarrollo total de la personalidad, en los cinco planos: biológico, psicológico, espiritual, intelectivo y volitivo.
“Desde la concepción estamos haciendo educación afectivo sexual con las caricias a ese bebé que viene en camino, con nuestras palabras, con nuestras miradas, con la música. Si bien podemos hablar de educación propiamente dicha desde el momento del nacimiento, empezamos a conectarnos y empezamos a gestar un vínculo desde el embarazo, desde la fecundación. Siempre estamos haciendo educación afectivo-sexual con nuestros gestos, con nuestros actos, con nuestro ejemplo, con nuestro modelo de vida, esforzado, trabajado, procesado y autoexigente. Es un desafío gigante”, comenta.
Desde su experiencia, Liliana comparte que “la familia es sustancial para el desarrollo de la personalidad. Un vínculo familiar positivo y funcional es lo que de alguna manera genera en todos los miembros de la familia una afectividad estable, capaz de tener deseos, de aprender, de desarrollar una afectividad equilibrada, de entregarnos a los demás, de creer”. La experiencia familiar alegre aporta y eleva el amor, le brinda su capacidad de don.
“Muchas veces oímos que somos nativos digitales; no somos nativos digitales, somos nativos vinculares, como le gusta decir a Maritchu Seitún”, resalta.
Desde su bloque en la Diplomatura, Olivieri propone a educadores y acompañantes fomentar un aprendizaje en paz y sereno, “tiene que haber una naturalidad, un sentido del humor, una voluntad, una intencionalidad fresca, pura, simple. Insisto mucho, la educación sexual tiene que ser totalmente natural. A lo largo de mi experiencia, que son 20 años que estoy transitando esta situación de trato con padres y docentes, compruebo en mi camino que es un desafío muy elevado, que el aprendizaje, la preparación y la formación nos regala una segunda naturaleza. Es clave, aprender para educar”.
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¿Es posible proteger sin vigilar y castigar?
“Sí, absolutamente sí. El apego seguro comprende protección y autonomía en su punto justo, en un justo medio. Tiene que haber una protección tal que no aniquile la autonomía. Y si nosotros sobreprotegemos, o vigilamos y castigamos, no promovemos esa autonomía necesaria para explorar el mundo. Tiene que haber confianza”, comparte.
La docente resalta que, por medio de vínculos con trato amable y firme, es posible “administrar límites es poner pautas, dar claridad, dar un mapa de lo que sí y lo que no, consecuencias claras que no es lo mismo que castigo. Un seguimiento y acompañamiento estrecho en el amor no es lo mismo que vigilar”, concluye Liliana Olivieri.
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