Lo que intentamos proteger cuando decimos “no hablemos de política”
Por Federico Aldao*

ESCENA: LA FAMILIA
Domingo…La mesa todavía estaba tibia por el calor de las fuentes. Olor a café y en el mantel quedaban restos de pan, migas y ese pequeño desorden afectivo de los almuerzos compartidos.
Los niños ya comieron el postre y piden permiso para salir a jugar. El abuelo quiere mirar un rato de televisión en el sillón mecedor mientras “descansa la vista”. Era ese instante en que la sobremesa puede volverse confidencia…
De pronto, alguien comentó, casi con pudor:
—¿Vieron lo que pasó esta semana?
No hizo falta aclarar de qué se hablaba. Bastó la alusión para que algo se tensara. Miradas que se esquivaron, cuerpos que se reacomodaron en la silla, sonrisas que se congelaron un segundo antes de ser una respuesta. Hasta que otra voz marcó una salida conocida:
—Mejor no hablemos de política, ¿sí? Ya sabemos cómo termina.
Asentimos rápido, como quien cierra una puerta antes de que entre el viento frío. Y, sin embargo, el clima no volvió a ser el mismo. La frase había protegido algo… pero también había dejado algo en suspenso.
Nos fuimos con la sensación de haber evitado una explosión. Pero también con una distancia silenciosa entre nosotros. Y en ese silencio empezó a aparecer una pregunta incómoda…
¿Qué creemos que puede romperse si hablamos de política?
CUANDO EMPEZAMOS A SOSPECHAR DE TODO
Durante años, muchos de nosotros adoptamos —sin saber su nombre— lo que Paul Ricoeur llamó hermenéutica de la sospecha. Esa tendencia a creer que detrás de cada gesto hay un interés oculto, una intención, un cálculo político.
Aprendimos a desconfiar. A leer entre líneas. A intuir que “nada es inocente”. Como si lo importante nunca estuviera en lo que se dice, sino en lo que supuestamente se esconde.
Todo empezó a parecer político.
Y tal vez por eso, empezamos a sentir que ya no quedaban lugares donde descansar del análisis, del juicio, de la disputa.
LA DESPOLITIZACIÓN TAMBIÉN ES POLÍTICA
El antropólogo Matei Candea mostró algo que ilumina estas escenas cotidianas. En escuelas de Córcega (Francia), encontró funcionarios que insistían en que allí no debía “mezclarse educación y política”. Lo que buscaban era proteger el espacio.
Pero Candea revela un giro interesante al sostener que intentar sacar la política no es un gesto neutral. Es, en sí mismo, una acción política.
Al trazar el límite de lo que “no debe politizarse”, estamos reorganizando el mundo y definiendo qué temas tienen legitimidad y cuáles quedan prohibidos. Lo que parece silencio es, en realidad, una forma de ordenar la convivencia.
El sociólogo James Ferguson llamó a estos dispositivos máquinas antipolíticas. Son intentos de expulsar la política de ciertos lugares que, paradójicamente, la reubican y la refuerzan en otros. Lo político no desaparece cuando lo callamos… se acomoda en otro lugar.
¿No nos pasa algo parecido en nuestras sobremesas?
Cuando evitamos el tema, ¿estamos realmente cuidando el vínculo o estamos funcionando como pequeñas máquinas antipolíticas domésticas que deciden qué queda adentro y qué queda afuera?
LA IMPUREZA COMO MIEDO
El antropólogo argentino Diego Zenobi, al estudiar lo ocurrido en la tragedia de Cromañón (2004), observó algo revelador entre familiares de víctimas organizados. Ahí, “politizar” no es un análisis; es una acusación moral. Significa ensuciar, mezclar dolores con intereses, perder pureza.
La política aparece como algo que puede contaminar lo sagrado.
¿Qué parte de la convivencia creemos que se contamina cuando la política entra?
¿No tememos que la política manche algo tan valioso como el afecto, la armonía, la pertenencia?
Tal vez el silencio no proteja tanto la relación como la imagen que tenemos de ella. Una imagen sin conflicto, pero también sin prueba de fortaleza. Hay silencios que no protegen, sólo aplazan la incomodidad.
NUESTRO PUNTO CIEGO
Cuando asumimos que todo es político, advierte Candea, corremos el riesgo de dejar de ver cómo las personas mismas definen lo que consideran político y lo que no.
Ese es el punto ciego. Si todo está politizado para nosotros, ya no escuchamos la experiencia del otro.
¿Nos estará pasando lo mismo en nuestras relaciones?
Entre la sospecha que todo lo politiza y el silencio que intenta expulsarla, nos movemos sin reparar en lo que está realmente en juego para quienes tenemos enfrente.
Quizás ese “mejor no hablemos de política” no sea simple censura ni simple cuidado. Quizás contenga un miedo que todavía no pudimos nombrar. Quizás algo queda descubierto y nos deja a la intemperie.
Después de la sobremesa seguimos con nuestras vidas. No hubo peleas. No hubo ruptura.
Pero tampoco hubo la conversación que podría habernos acercado un poco más a entender cómo pensamos, qué valoramos, qué nos duele.
No sabemos si hablar de política nos habría unido o separado. Lo que sí sabemos es que el silencio no nos unió.
CUIDAR LA COMPLEJIDAD DEL MUNDO, RESISTIR LA SIMPLIFICACIÓN
No voy a cerrar con una respuesta, porque las respuestas —simples y que ocultan la complejidad del mundo— en estos casos, suelen tranquilizar demasiado rápido.
Solo dejo algunas preguntas para seguir pensando —cada uno pero, ojalá, algún día, juntos, con otros, con ellos:
Si despolitizar también es política, ¿qué política estamos haciendo cuando callamos?
Si politizar puede herir, ¿cómo podríamos hablar sin lastimarnos?
¿Qué vínculo estamos protegiendo realmente cuando evitamos ciertas conversaciones?
¿Qué perdemos —como familia, como amigos, como sociedad— cuando no entrenamos el músculo de pensar juntos?
Tal vez el desafío sea aprender a conversar sin que el desacuerdo nos expulse del nosotros.
La próxima vez que alguien diga “mejor no hablemos de política”, quizás podamos dejar la puerta entreabierta. No para discutir. No para ganar.
Solo para ver qué aparece si, por una vez, no corremos tan rápido a esconder la política bajo el mantel.
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*Federico Aldao es Profesor de Filosofía y tesista de la Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Santa Fe. Miembro y becario de investigación del Instituto de Filosofía en la misma facultad.
