Hoy, 27 de agosto, se conmemora el fallecimiento de Enrique Shaw, fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), organización colaboradora del Programa Universidad-Empresa de la UCSF. En esta fecha, se celebra también el Día de la Comunidad Empresarial en Argentina, reconociendo su aporte a una forma distinta de liderar.
En este marco, y como parte de la Cátedra Abierta de la Empresa “Enrique Shaw”, la voz de su nieta, María Pía Canale, permitió recuperar no solo su legado empresarial, sino también la humanidad que lo distinguió.

Canale no conoció la historia de Shaw por los libros: la vivió en carne propia. Como nieta del hombre que dirigió Cristalerías Rigolleau, fue testigo del empresario que también fue padre, esposo y referente. “Viéndolo a él, uno puede creer que es posible: como empresario, ganar plata y también ser buena persona, tratar bien a sus empleados, preocuparse y estar pendiente de cada uno”, compartió emocionada.
La escena que pinta es casi cinematográfica: un padre de nueve hijos que llegaba a casa después de un día de trabajo y convertía cada regreso en una fiesta. Su nieta destacó que “aunque tenía muchas preocupaciones, no se las hacía notar a sus hijos; jugaba con ellos como si no tuviera nada que hacer. Incluso trabajaba en casa, pero no quería dejar de estar.”
A Shaw siempre lo impactó algo que escuchó de un empresario famoso: “‘Si el italiano hubiera dedicado un poco menos de tiempo a la empresa, la empresa hubiera funcionado igual, pero mi familia habría sido distinta’”, relató Canale. Ese equilibrio entre empresa y familia no fue casual: fue una decisión.
Caminar, escuchar, crear
Enrique no dirigía desde el escritorio. Caminaba entre los obreros, preguntaba, escuchaba. Lo hacía en todos los contextos, tanto cuando las cosas iban bien como cuando no. “Los trabajadores decían que estaban sorprendidos: él no se quedaba en la oficina, caminaba la fábrica”, recordó. Ese gesto simple —estar— se volvía transformador.
Él mismo lo afirmaba: en la empresa debe haber “una comunidad humana; que los trabajadores participen en la producción y, por lo tanto, adquieran sentido de pertenencia; que eso les ayude a asumir sus deberes hacia la colectividad, el gusto por su trabajo y por la vida, porque ser patrón no es un privilegio, sino una función”.
En una época difícil para la economía argentina, el empresario católico enfrentó los desafíos uniendo razón y corazón. Cuando un área de la compañía comenzó a ser deficitaria, en lugar de despedir al personal, ideó una alternativa: creó una cooperativa para que los carpinteros fabricaran pallets y pudieran venderlos no solo a su propia fábrica, sino también a otras. El resultado no se hizo esperar. Rigolleau dejó de perder dinero y las familias mejoraron su situación económica.
“Hoy también es posible, hay que ser muy creativo y valiente. Él vivió momentos difíciles, como nosotros, pero seguía empujando con esperanza. Quería mucho a su país, creía en sacarlo adelante. Y eso nos toca también a nosotros”, resaltó su nieta, hoy especializada en coaching ejecutivo.
Reconocer lo que está bien
En un mundo laboral donde muchas veces lo que se corrige pesa más que lo que se celebra, el fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa eligió premiar la creatividad. Canale compartió la historia de un operario que, tras mucho intentar, logró encontrar la temperatura justa para la producción del vidrio. La reacción de Enrique fue felicitarlo y darle un incentivo económico.
“Muchas veces nos falta eso, en especial en los tiempos apremiantes y veloces: reconocer lo que está bien y premiarlo”, concluyó María Pía.
Una cátedra para líderes del presente
Desde 2011, la Cátedra Abierta de la Empresa “Enrique Shaw” busca articular la teoría con la experiencia, el pensamiento académico con la práctica empresarial. Impulsada por la Unidad de Vinculación Tecnológica (UVT) de la UCSF, esta propuesta se orienta a formar líderes con compromiso ético y visión comunitaria.
La figura de Shaw resulta clave en ese cruce entre fe, ética y gestión. Su modo de conducir estuvo profundamente arraigado en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, que propone a la persona humana como centro de toda actividad económica. No concebía al trabajo solo como producción, sino como medio de dignificación, encuentro y desarrollo integral. Por eso hablaba de empresa como “comunidad de personas”, y entendía que la rentabilidad debía ir de la mano con la justicia y la solidaridad.
Esa convicción lo llevó, por ejemplo, a promover condiciones laborales justas, el acceso a la salud y la educación para las familias obreras, y a involucrarse activamente en iniciativas de diálogo entre capital y trabajo. En su pensamiento y en su acción, el empresario no era solo un generador de empleo, sino un servidor del bien común.
Actualmente, se trabaja para extender la Cátedra a otras universidades del país, ampliando así su impacto en la formación de dirigentes que entiendan que la eficiencia no está reñida con la empatía.
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