Durante las últimas semanas se ha incrementado exponencialmente la tensión entre Turquía y Siria, llevando a los kurdos a unirse al régimen de Bashar al-Assad para combatir a los primeros en la frontera, específicamente en el cantón kurdo de Afrín. El objetivo de este ataque, según fue comunicado a los medios, es la “defensa de la unidad del territorio sirio y su soberanía”.
Las razones de esta decisión tienen su antecedente más cercano en las acciones tomadas por Turquía y sus aliados del opositor Ejército Libre Sirio el pasado 20 de enero, quienes lanzaron la Operación Rama de Olivo dirigida contra grupos yihadistas y las milicias kurdas que controlan la zona de Afrín. El Partido kurdo de la Unión Democrática y su brazo armado, las Unidades de Protección Popular (YPG), son para Turquía organizaciones terroristas afines al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y reciben el mismo trato que los militantes del Estado Islámico.
Tras haberse hecho pública la decisión geo estratégica del gobierno Sirio Erdogan se comunicó con sus pares ruso e iraní, quienes son los más importantes aliados de Assad. El viceministro de Asuntos Exteriores ruso señaló que “No imponemos nuestra mediación a nadie, pero si resulta necesaria, estamos dispuestos a prestar nuestros servicios con el objetivo de detener el derramamiento de sangre y encontrar denominadores comunes”. Rusia, Turquía e Irán son los tres grandes impulsores del proceso de Astaná, un foro alternativo al que lidera Naciones Unidas en Ginebra, que busca reconducir la situación en Siria y que hasta ahora ha sido más efectivo que el proceso guiado por la ONU