“La enseñanza de la lectoescritura no es compleja, requiere mucho orden y estructura, y saber qué resultado tengo que ir evidenciando para avanzar en el progreso necesario”, afirma una especialista que reflexionó sobre una de las dificultades que afronta el sistema educativo.”
En las escuelas argentinas, y en las santafesinas en particular, faltó durante décadas un método unificado y sistemático de enseñanza. Todavía hoy, cada institución puede elegir el método para enseñar a leer y a escribir. A las maestras y directoras de escuelas santafesinas les cuesta hablar de esto públicamente, pero en off reconocen esta realidad que se materializa al escuchar a los distintos actores que tienen relación con el sistema educativo.
Mónica Aquino es psicopedagoga y coordinó esa carrera en la Universidad Católica de Santa Fe durante unos 6 años. En la práctica de su profesión en consultorio observa, en sus pequeños pacientes, las falencias que traen de la escuela. Por ejemplo, chiquitos de segundo grado que no consolidaron la lectoescritura en primero y no saben leer, pero que ya tienen que escribir en cursiva. “La evidencia revela que hasta tanto el niño o niña no domine un tipo de letra (preferentemente imprenta mayúscula) no debería de avanzar con otro tipo (imprenta minúscula o cursiva). Cuando vemos que en las aulas se expone a estudiantes no alfabetizados a distintos tipos de letras queda de manifiesto que ese docente no tiene en claro los criterios de progresión y de sucesión de aprendizajes. Cada tipo de letra representa un código nuevo que requiere ser afianzado antes de incorporar uno nuevo”, explica.
Aquino asegura que existe mucha evidencia académica acerca de cómo enseñar a leer y escribir: “La enseñanza de la lectoescritura no es compleja, requiere mucho orden y estructura, y saber qué resultado tengo que ir evidenciando para avanzar en el progreso necesario”. Y advierte que si bien hay muchas propuestas pedagógicas acerca de cómo enseñar a leer, pocas están validadas académicamente. Para la especialista, esto es clave: “Lo que uno tiene que buscar no son solo teorías románticas acerca de cómo aprendemos, sino teorías validadas. Si no están validadas me estoy exponiendo al riesgo, y estoy exponiendo a mis alumnos al riesgo de enseñarles de modo muy entretenido pero no efectivo. Los métodos efectivos están medidos, estudiados, validados académicamente y publicados en revistas con referato académico”.
Puntos débiles
Al reflexionar sobre los problemas que evidencia el sistema argentino en la enseñanza de la lectoescritura, Aquino reconoce algunos puntos endebles.
La escritura es una invención notable, que permite representar la palabra mediante un código de signos. Como ocurre con cualquier código, descifrarlo requiere aprendizaje. Un buen lector es un descifrador experto. De aquí surge el primer problema: en nuestras escuelas se dejó de enseñar el código alfabético de manera explícita. ¿Qué es eso? Un sistema de códigos que representan los sonidos con los que hablamos. “A determinados sonidos le corresponden determinados grafemas, dibujitos que representan ese sonido. Eso se debe enseñar de manera explícita para que se entienda. En nuestro sistema educativo se dejó de enseñar y se espera que los niños lo descubran, pero algunos pueden descubrirlo espontáneamente bien y otros no. Y mientras tanto, como nuestro sistema nervioso es plástico, se va configurando a partir de esos aprendizajes, por lo tanto se aprende mal, se configura mal y después hay vicios lectores que van a repercutir en el nivel de comprensión más adelante”, explica la especialista.
La investigación pedagógica en el aula afirma que los niños a quienes enseñamos de manera explícita qué letras corresponden a qué sonidos aprenden más rápido a leer y comprenden mejor los textos que otros niños que deben descubrir por sí solos el principio alfabético.
El segundo va un paso más atrás, hacia el nivel inicial, donde también hay falencias. “Nos preocupan los bajos rendimientos en comprensión lectora en el secundario, pues bien esta competencia comienza a desarrollarse en el nivel inicial. En esta etapa deberíamos estimular los llamados “precursores” de la lecto-escritura. Estos son habilidades previas relacionadas con el nivel de vocabulario, el desarrollo de la conciencia fonológica, el conocimiento de letras y el nivel de escritura, son los predictores más eficientes a fines de preescolar. Por lo tanto, deben ser estimulados en el nivel inicial. Y no lo estamos haciendo de manera sistemática. Entonces, según la suerte que tenga tu hijo en la escuela y la señorita que le toque lo desarrolla o no; lo logra espontáneamente gracias al estímulo del ambiente o recibe una estimulación organizada , estructurada y orientada hacia la búsqueda de esos resultados”.
El tercer eslabón endeble que advierte Aquino es que el niño en primer grado debería recibir una propuesta educativa estructurada en relación a la lectoescritura. Pero en muchas escuelas se entrega el texto entero con la pretensión que el niño descubra lo que dice ahí. Eso es una tarea maratónica porque es como si yo les diera un texto en chino mandarín y les dijera ´a ver descubrí qué dice´”.
A esto suma un cuarto punto débil. “Otro problema de nuestro sistema educativo es que durante mucho tiempo hizo mala propaganda acerca de los procesos de la memoria en el aprendizaje: ´aprender de memoria está mal, hay que comprender´, se dice. Y en realidad son los dos: la memoria permite, por un lado, apropiarme de lo aprendido y, por otro, alcanzar niveles de dominio superiores permitiendo alcanzar con menor esfuerzo mayores niveles de desempeño. El aprendizaje se encarna, se hace propio, cuando se guarda en la memoria. Es comprensión y memoria. Eso implica que el docente tiene que dedicar mucho tiempo a actividades repetidas que faciliten la consolidación de lo aprendido. Y una vez que se consolida, pasa al segundo nivel. Muchas veces fallan determinadas propuestas pedagógicas porque están mal graduadas, a veces no se dan cuenta y pasan muy rápidamente sin haber consolidado un aprendizaje anterior. El apuro por avanzar y llegar con los contenidos del año hace que no se detengan a consolidar”.
La especialista sugiere que antes de pensar en el diseño de un programa de intervención orientado a la enseñanza efectiva de la lectoescritura hay que preguntarse: ¿Cómo aprendemos a leer? Esta pregunta, aparentemente sencilla, es fundamental para la toma de decisiones acerca de las propuestas pedagógicas que se seleccionarán para el trabajo en el aula. “Debemos reconocer y dominar los Principios fundamentales del Aprendizaje de la Lectoescritura. Gracias al avance de las investigaciones en el área, hoy en día disponemos de una verdadera ciencia de la lectura”, apunta.
Y pasó la pandemia
A estas debilidades del sistema educativo, además, las atravesó la pandemia. Durante casi dos años, los niños no asistieron a clases con normalidad, se interrumpieron todas las rutinas, y las maestras, los padres y los alumnos hicieron lo mejor que pudieron para consolidar algún aprendizaje vía zoom, en condiciones de mucha desigualdad. Por supuesto, el esfuerzo no fue suficiente. Y hoy se observa un deterioro aún mayor en el aprendizaje.
“El efecto pospandemia no es un dato menor, fue terrible. Hay escuelas donde encontrás uno o dos niños no alfabetizados o mal alfabetizados en cuarto grado, y hay otras donde se encuentra más de medio curso. Hay chicos que hicieron salita de 5 o primer o segundo grado, años esenciales para la consolidación de la lectoescritura, donde los papás hicieron lo que pudieron. Entonces ahora tenemos muchos niños que evidentemente no recibieron los estímulos que necesitaban”, asegura Aquino.
Cómo salir
En medio de la adversidad, hay casos de éxito. Mónica Aquino cuenta la experiencia que realizó la Dra. en Psicopedagogía, Rufina Pearson, en una villa de Buenos Aires. Durante 3 meses, de manera sistemática, se estimuló a niños inmigrantes del Paraguay de entre 5 y 6 años con el desafío del bilingüismo (guaraní y español), con madres analfabetas, con baja estimulación sociocultural, y terminaron sabiendo leer y escribir en tres meses. Se los comparó con chicos de escuelas privadas de otras zonas de Buenos Aires y se alfabetizaron antes. “No cambió el contexto sociocultural, cambió el método de enseñanza de la lectoescritura. Y ese método es muy sencillo: consiste en trabajar en la enseñanza explícita del código alfabético y la estimulación de la conciencia fonológica: jugar con los sonidos del habla, reconocer los sonidos, la discriminación auditiva. Esos son los dos pilares: conciencia fonológica y enseñanza explícita del código alfabético. Un niño con una buena enseñanza en tres meses se tiene que alfabetizar”, refuerza Aquino.
O lo que está sucediendo en la provincia de Mendoza, donde hace unos años se comenzó a aplicar el método “Queremos Aprender” que impulsa Ana María Borzone, Dra. en Letras e investigadora del Conicet. Y hay algunas otras.
“Solo una vez alfabetizado el estudiantes desarrollará las habilidades de comprensión lectoras que tanto ansiamos”, finaliza.
Fuente: EL Litoral