Acedia política

Por Francisco Javier Rodríguez*

¿Es posible una convivencia democrática basada en el respeto por quien piensa distinto y en una política del cuidado? Analizando el desarrollo de la democracia en los últimos años, parece casi utópico plantear la política como el arte del cuidado del bien común y del respecto de las diferencias. Incluso en los niveles más altos del poder, la autoridad política asume y legitima el uso de la violencia y el desprecio hacia quienes sostienen ideas opuestas. Algo que llama la atención es que, como sociedad, nos hemos acostumbrado a este ejercicio de la política y somos incapaces, por indiferencia o desinterés, de reaccionar ante la violencia en los discursos y en las acciones políticas. Nuestra capacidad de respuesta ante la injusticia se ve limitada por una especie de acedia política colectiva que nos impide romper la inercia de la apatía.

La acedia es un término que proviene del griego akedia y que se refiere a un estado de apatía, desinterés, indiferencia y falta de motivación hacia las tareas y responsabilidades cotidianas. Su origen es el término griego kedos que significa preocuparse por algo o por alguien. La acedia se manifiesta en el abandono del cuidado de uno mismo y de los demás. Evagrio Póntico, monje y teólogo cristiano del siglo IV, fue uno de los primeros en establecer el significado de la acedia, describiéndola como un tiempo de desidia y desaliento en la vida ascética y espiritual. Los monjes afectados por la acedia experimentaban una debilidad en su compromiso con la vida monástica y una pérdida de interés en las actividades espirituales.

Si bien la acedia se suele pensar como un padecimiento individual, también tiene una dimensión social y política. Genera una fragmentación y dispersión interna que impide asumir un compromiso comunitario. Cuando la acedia se generaliza en una sociedad genera la incapacidad de reacción ante las injusticias y el refugio en una forma de individualismo radical. Incluso la discusión política se vuelve una exposición de monólogos de autoafirmación que, como cámaras de eco, hacen imposible el diálogo y la construcción común.

Una de las causas de la crisis de la democracia actual es la acedia política, es decir, el desinterés y la apatía por lo común, una falta de cuidado que deja lo público a merced de poderes anónimos. La acedia, para la tradición monástica, es una forma de desorientación y de falta de perspectiva, que nubla la mente y lleva a tomar malas decisiones. La acedia política es una forma de retracción hacia el mundo individual, la renuncia a tomar decisiones en favor de una opción política y comunitaria.
Podemos preguntarnos a qué se debe la generalización de la acedia política en nuestra sociedad. Podemos ver una de sus causas en los políticos que abandonan la discusión racional por la mejor forma de cuidar lo común y se encierran en relatos partidistas sin perspectivas. También, cuando el ágora de discusión política se vuelve una cloaca discursiva fogueada por la dominación algorítmica. O cuando la política se vuelve la plataforma de personajes que sólo saben ejercer su función por medio de la violencia y la agresión continua, incentivando en las masas el odio y la ira. El abandono de lo público en gran medida se puede ver como un mecanismo de defensa de las personas que buscan evadirse de ambientes tóxicos cimentados en la crispación continua. ¿Es posible dar la discusión política, es decir la discusión por el cuidado del bien común y la búsqueda de la justicia sin caer en la violencia y la agresión.

En una cultura que vive fragmentada y que, producto de la sobre estimulación tecnológica, se ha vuelto indiferente, ¿cuál es el remedio que tenemos para despertarnos de la acedia política? Volviendo al pensamiento monástico antiguo, Evagrio encontraba en la palabra la cura a la acedia. La palabra del maestro espiritual y la palabra de la Escritura. ¿Cuáles son las palabras que nos pueden curar de la apatía política contemporánea? Frente a la acedia entendida como una cerrazón mental autorreferencial que hace perder de vista la identidad individual y comunitaria, la palabra emerge como irrupción de alteridad que inquieta y libera. Sólo la palabra auténtica, es decir, que implica diversidad y que rompe la continuidad del pensamiento solitario puede salvarnos del “infierno de lo igual” (Han). Se dice que Dante en la Divina Comedia es encaminado a las puertas del infierno por la acedia. Utilizando la misma imagen podemos decir que la acedia política nos introduce al “infierno” de la indiferencia, a esa “selva oscura” en donde el otro en su diversidad y vulnerabilidad no tiene lugar. La cerrazón en la tiranía del yo impide ver al otro, tapando con la crueldad la propia incapacidad de reconocerse vulnerable. 

La democracia para ser tal necesita de un ejercicio de la política que sea capaz de abrir un espacio a la salud que ejercen las palabras diversas. La pérdida de perspectiva que genera la acedia, hace incapaz a la persona de abrirse a la novedad de los demás, impide el diálogo y embota el espíritu anulando su creatividad. En las palabras diversas se encuentra la sabiduría que sana el espíritu y lleva a resistir en el cuidado creativo de sí mismo y del otro.

La política argentina actual, ¿es capaz de sanar la acedia de los ciudadanos o la utiliza como combustible para evitar resistencias y no dar lugar a la discusión de lo público? En los últimos meses, no sólo en Argentina, muchos políticos considerados de derecha empezaron a cuestionar y querer eliminar lo que llaman cultura woke. Esa palabra inglesa significa “despierto” y hace referencia al mantenerse alerta para defender a las minorías oprimidas. Más allá de discutir sobre la eficacia de las políticas que buscaban defender a las minorías y sobre la autenticidad del compromiso de los partidos llamados progresistas por ciertas banderas enarboladas, surge la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos “despertar” de la acedia política actual? ¿La palabra y el diálogo pueden ser remedios a esta enfermedad colectiva? ¿Qué palabras son las que nos van a despertar del sueño del desinterés por lo público?

¿Será que nos tenemos que abandonar a las manos invisibles del mercado para que sean ellas las que cuiden a las personas que hacen a la comunidad política? Tal vez no necesitamos de esas manos invisibles sino de voces que rompan el silencio de la apatía y la indiferencia. Sin dudas, las palabras llenas de odio y de resentimiento no son las que nos van a sanar como comunidad. Las instituciones políticas, sociales y educativas han de poder convertirse en lugares de diálogo y creatividad que nos puedan despertar de la tristeza de la indiferencia. Mientras haya espacios que sean capaces de generar encuentro, hay esperanza.

Los primeros pensadores cristianos hablaban de la acedia como un “enfriarse en el amor”. Es tiempo de volver a construir el espacio de discusión política y el ejercicio de la misma no desde el odio sino desde al amor. Solo el amor “que mueve el sol y las estrellas” es capaz de generar una política del cuidado en donde nadie quede atrás. Sólo el dialogo auténtico puede sanear la discusión política actual en Argentina e impedir que el amor por lo comunitario se enfríe.

 

* Profesor y Licenciado en Filosofía. Investigador del Instituto de Filosofía de Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Santa Fe.



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