La trastienda del aborto

Leandro M. Gaitán*

“¿Cuántos dedos ves?”, preguntó el lunático científico a Patch Adams. “Cuatro”, respondió Patch. La respuesta era incorrecta. Patch tenía que mirar más allá de los dedos. Tenía que mirar a través de ellos, llevar su mirada hasta el fondo, para allí descubrir que los dedos no eran cuatro, sino ocho. Esta simple anécdota refleja lo que pasa con el problema del aborto. Es necesario mirar más allá, más atrás, para comprender la real magnitud del problema. El intento de imposición del aborto no es un hecho aislado. Es el golpe de ariete que abre de par en par las puertas de la fortaleza. Es el golpe decisivo que abre paso a la horda destructora. Pero, ¿qué horda destructora? ¿Qué se ve detrás del problema del aborto? Lo diré sin rodeos, lo que hay detrás del aborto es una agenda claramente definida de políticas posthumanistas. ¿Y qué diantres es el posthumanismo? El posthumanismo es un movimiento filosófico-cultural de alto impacto social que incluye diversidad de tendencias, por ejemplo, el posthumanismo cultural, el posthumanismo crítico, el posthumanismo filosófico, el transhumanismo, el metahumanismo, el antihumanismo, e incluso el movimiento por la extinción humana voluntaria (entre otros). Estas tendencias difieren entre sí (en ocasiones de forma sustancial), pero también tienen un denominador común. Los prefijos post-, trans-, meta-, anti-, que se anteponen a la palabra “humanismo”, lo expresan con absoluta nitidez. ¡Y ni qué decirlo la expresión “extinción humana voluntaria”! Ese denominador común es la convicción de que la naturaleza humana debe ser puesta en duda, que debe ser transformada, y más todavía, que debe ser definitivamente superada, y por ende, eliminada.

En otras palabras, el posthumanismo es una propuesta de disolución antropológica o, ¿por qué no decirlo con todas las letras?, de destrucción del ser humano tal y como lo conocemos hasta ahora. El posthumanismo es misantropía hecha cultura, detestación del ser humano como realidad dada, e imposición de la idea de un hombre autodeterminado, de un hombre autoconstruido conforme su propio deseo. La prohibición del aborto es, en este sentido, un serio obstáculo para la autodeterminación de la mujer cuando el feto que lleva en su vientre no forma parte de su plan de vida. ¿Se entiende entonces hacia dónde apuntan los cañones del posthumanismo? Aquí la metáfora de apuntar los cañones no puede ser más atinada, porque estos cañones disparan sus proyectiles hacia un objetivo puntual al que pretenden dar muerte: el ser humano. Si Nietzsche declaró la muerte de Dios en el siglo XIX, bien puede afirmarse que el posthumanismo, en el siglo XX y aún con mayor vehemencia en el siglo XXI, declara sin tapujos la muerte del hombre.

Si el devenir del pensamiento moderno puede ser comprendido a la luz de la categoría de “emancipación” (o liberación), esto es, como abandono de todo aquello que pueda situarse por encima de la humana voluntad de poder (entendiendo “voluntad de poder” como ambición humana de dominio y control sobre la realidad), el paroxismo de esa emancipación se alcanza con la liberación del hombre respecto de sí mismo a través de una reconfiguración radical de su propio ser. ¿Y cómo se lleva a cabo esa liberación? De muy creativas y diversas maneras. Condenando el sexo biológico y binario al grito de ¡dictadura! Diluyendo los límites de la especie humana y fomentando la hibridación inter-especie. Promoviendo el pansexualismo y el poliamor para modificar las relaciones de parentesco, familia, y comunidad. Rechazando la idea de una esencia humana o forma común de dignidad humana para imponer la idea de una humanidad líquida, fluida, amorfa y asimétrica. Postulando la idea de un mundo post-género basado en el modelo del cyborg (los cyborgs tienen género neutro, y los seres humanos deberíamos tender a eso), es decir, para construir un mundo habitado por nuevos seres sin identidad (para los posthumanistas toda identidad, sea personal o cultural supone un límite, y por tanto, un obstáculo para el libre despliegue de la individualidad). Buscando perfeccionar nuestras capacidades físicas, cognitivas, ¡e incluso morales!, a través de las tecnologías convergentes (nanotecnología, biotecnología, ciencia de la información, y ciencia cognitiva) que nos permitirían saltar a un nuevo estadio evolutivo, desde el Homo sapiens al Homo cyberneticus, o mejor aún, al Homo deus (expresión muy querida por el archileído transhumanista Yuval Noah Harari). Y en fin, en el culmen de la misantropía, promoviendo políticas antinatalistas de toda índole al grito de ¡nosotros somos el virus!, como única solución posible a la crisis medioambiental.

La agenda posthumanista se está extendiendo a una velocidad pasmosa y Argentina no está fuera del alcance de sus tentáculos, porque quienes están detrás de esto no son un puñado de hippies trasnochados, sino organizaciones supranacionales como el Foro Económico Mundial de Davos, la ONU con sus diferentes agencias (UNESCO, UNICEF, OMS, etc.), el Banco Mundial, y algunas de las más grandes fortunas del planeta, entre otros. En este complejo escenario de poder, Mauricio Macri y Alberto Fernández (los encargados de implantar el debate sobre el aborto), representan exactamente lo mismo: ambos son sólo la mano de obra barata de la oligarquía posthumanista, son los militantes-peones de unidad básica que salen a manifestarse y a destrozar la ciudad por un pancho y una coca, mientras su líder los mira cómodamente por televisión desde su costosa mansión, sentado en su costoso sofá, y bebiendo un costoso whisky.

¿Se entiende entonces por qué el aborto no es un hecho aislado? ¿Se entiende por qué la perspectiva de género (con su lenguaje inclusivo hacedor de zombis), o las políticas de destrucción de la familia (desde el divorcio express a la promoción del sexo libre sin fecundidad, pasando por un feminismo que busca oponer a la mujer y al varón al grito de ¡muerte al macho!), o la eutanasia, no son hechos aislados? ¿Se entiende que lo que aquí está en juego es una disyuntiva de alcance civilizatorio? Es una disyuntiva de alcance civilizatorio porque plantea un desafío antropológico de primer orden: se trata de elegir entre continuar la ruta de aniquilación humana que propone el posthumanismo, o de elegir seguir apostando por nuestra humanidad, asumiendo nuestros defectos, y oponiéndonos con firmeza a todo aquello que suponga un atropello a nuestra vida y a nuestra dignidad. Se trata, en última instancia, de definir qué somos, qué queremos ser y cómo queremos vivir.

¿Cuántos dedos ves, querido lector, cuatro u ocho?

 

* Profesor en Filosofía (UCSF). Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra, donde actualmente se desempeña como docente en la carrera de Psicología.



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